Ecologistas en Acción del País Valencià, en su compromiso con la protección del medio ambiente, pretende llamar la atención de la sociedad sobre la situación actual de los vertederos que proliferan por la geografía valenciana y que generan un impacto cada vez mayor en el entorno y las personas que lo habitan. El pasado mes de marzo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó una sentencia de amonestación contra el Estado español por la existencia de 88 vertederos que transgreden las directivas europeas en materia de gestión de residuos. La producción de basura urbana no cesa de aumentar en los países occidentales y una enorme cantidad de los desperdicios acaban abandonados en terrenos no preparados para ello y sin un tratamiento previo.
El País Valencià cuenta con una tasa media de vertido del 60 % (todo ello acaba bajo tierra) y con diez vertederos de residuos urbanos en su territorio, algunos de los cuales, suscitan protestas y reivindicaciones por parte de la población que vive en las zonas aledañas. Al mismo tiempo, cientos de escombreras ilegales (más de treinta en País Valencià) surgen en zonas poco concurridas donde particulares y empresas arrojan sus desperdicios para ahorrarse el coste que supone el uso de instalaciones públicas. Además, con la llegada del periodo estival y las próximas oleadas turísticas a las zonas costeras de la región, se incrementará la cantidad de residuos que pasarán a engrosar las cifras y el volumen de los sumideros de El Campello, Dos Aguas, Villena, Algimia o Fontcalent.
Carlos Arribas, responsable de Residuos de Ecologistas en Acción, asevera que “los vertederos son una bomba de relojería y un riesgo constatado para la salud pública, los fluidos y las emanaciones que desprenden contaminan agua, suelo y aire”. Según el experto, los depósitos jóvenes con protocolos exhaustivos de vigilancia y mantenimiento pueden evitar, en el mejor de los casos, la salida al exterior de la mitad de los gases generados por la descomposición de la materia orgánica.
"Muchos vertederos carecen del control adecuado e introducen elementos tóxicos en el entorno"
Por un parte, las celdas de vertido expulsan lixiviados, los líquidos destilados de los residuos que se filtran entre los materiales e impregnan de diversas sustancias que, al unirse, provocan reacciones químicas que resultan en componentes de alta toxicidad como metales pesados y fenoles. De igual forma, estos silos gigantes de basura son responsables de la emisión de metano, cuyo efecto invernadero es veinte veces más potente que el del CO2, y otros gases que son altamente contaminantes y cancerígenos.
“Muchos vertederos carecen del control adecuado e introducen elementos tóxicos en el entorno”, apostilla Arribas en su disertación, “algunos compuestos como el ácido sulfhídrico o el amoniaco generan malos olores que pueden llegar a ser irrespirables. Pero los productos más peligrosos, como los hidrocarburos aromáticos policíclicos, son casi inodoros y generan graves problemas de salud y contaminación ambiental”. Un informe desarrollado por investigadores del Centro de Salud Carlos III, y publicado en 2013 por la revista Environmental International, confirma que existe “un riesgo estadísticamente más elevado de morir de todos los tipos de cánceres en personas que residen en municipios situados cerca de incineradoras y plantas de tratamiento de residuos peligrosos y, concretamente, un mayor exceso de riesgo de padecer tumores en el estómago, el hígado, la pleura, los riñones y los ovarios”. Una vez clausurados, estos basureros deben vigilarse durante 30 años, mediante la supervisión de los acuíferos subterráneos y las emisiones a la atmósfera, ya que los procesos de descomposición no se detienen por el hecho de sellar el agujero.
Llegados a este punto, no es ningún secreto que el modelo implantado es causa de graves consecuencias sobre la población. Miguel Ibáñez habita en las inmediaciones del vertedero de Foncalent, que acoge 180.000 toneladas de desechos cada año, y es uno de los afectados por la polución que expulsa: “La herida no se va a cerrar porque el daño ya está hecho, es horrible no poder salir a montar en bici por la zona donde vivo porque el olor es nauseabundo”. Asimismo, añade que no puede dormir en verano y que cada vez tiene más problemas de salud. Es el caso también de M.ª Nieves Rodríguez, vecina del almacén de basura de El Campello (220.000 toneladas anuales según la Concejalía de Medio Ambiente de la localidad), que indica los efectos de las exhalaciones del sumidero son muy notorias, tales como “picor en los ojos, obstrucción de las vías respiratorias, heridas en las fosas nasales, falta de sueño por el mal olor, etc”. “Hace tres años que saben que eso está en el aire y todavía no han tomado ninguna medida”, remata la campellera.
Diversos estudios señalan que estas instalaciones donde se amontona lo que no queremos albergan cerca de 300 millones de toneladas de materias primas valiosas que podrían ser reutilizadas o recicladas. Muchos de los impactos de un vertedero se deben a la degradación de sus componentes orgánicos, lo que nos conmina a pensar e implementar sistemas de separación de la fracción orgánica de la basura para su recuperación que reduzca la necesidad de almacenar y enterrar residuos urbanos y evite los procesos contaminantes que se dan en los vasos de vertido. También sería pertinente aplicar tasas de vertido e incineración que desincentiven su ejecución y que favorezcan una gestión que ponga en valor la necesidad de recuperar los materiales que desechamos para darles uso. Mientras tanto, emponzoñan los terrenos colindantes y, en última instancia, el territorio y el sistema natural en su conjunto.
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