El concello lucense de Monforte de Lemos acoge unha charla informativa sobre reducción de desperdicio alimentario. Será impartida por técnicos de Sogama y se enmarca en la campaña lanzada recientemente por esta empresa pública bajo el lema “Comer sí, tirar no” y que cuenta igualmente con el apoyo de la Consellería de Medio Ambiente e Ordenación do Territorio.
El objetivo no es otro que concienciar a la población sobre el negativo impacto ambiental, económico, social y moral que supone el desperdicio de alimentos y dar traslado de una serie de recomendaciones con las que hacer frente a un fenómeno que ya está generando gran preocupación en el seno de la Unión Europea.
Y es que, a nivel mundial, se pierde un tercio de la comida que se produce, es decir, 1.300 millones de toneladas anuales, una cantidad que sería suficiente para dar de comer a a 2.000 millones de personas. En Europa, la cifra asciende a 89 millones de toneladas anuales, correspondiendo a España 7,7 millones, cantidad que nos posiciona como el séptimo país que más comida desecha.
Si bien el desperdicio de alimentos está presente en toda la cadena agroalimentaria, lo cierto es que el hogar, con un 42%, constituye el ámbito que más contribuye a este fenómeno. No en vano, el 80% de los comestibles desperdiciados se tiran a la basura tal cual se han comprado y sólo el 20% tras su procesado, correspondiendo el mayor porcentaje de desecho a frutas, verduras y pan fresco.
A nivel mundial, se pierde un tercio de la comida que se produce, es decir, 1.300 millones de toneladas anuales, una cantidad que sería suficiente para dar de comer a a 2.000 millones de personas
Ante esta alarmante situación, el Parlamento Europeo ha propuesto reducir en un 30% el desperdicio de alimentos para 2025 y en un 50% para 2030.
Buenas prácticas y sentido común
El ciudadano puede contribuir a paliar este problema en buena medida. La adopción diaria de sencillos gestos traerá consigo una evidente reducción de la ingente cantidad de comida que cada día acaba arrojada al cubo de la basura. El primero, y más importante, es realizar un consumo responsable que contemple una planificación previa del menú semanal, ajustando al mismo las compras necesarias. Diferenciar fecha de caducidad y fecha de consumo responsable resulta esencial. La primera indica el momento a partir del cual un alimento puede suponer riesgo para la salud; la segunda, el momento a partir del cual un alimento puede perder propiedades en cuanto a sabor, textura y olor, pero no representa riesgo para la salud.
Los alimentos “feos” son igual de nutritivos que los “guapos” y debemos hacer un hueco para ellos en la cesta de la compra. Resulta incomprensible que patatas, plátanos, manzanas y zanahorias que no cumplen con los estándares estéticos (formas y colores) sean desechados por este motivo. Conviene recordar que, para producir una naranja se necesitan 50 litros de agua y para producir un tomate, 13 litros. A esto hay que añadir las semillas, la tierra necesaria, el trabajo de los agricultores e incluso el combustible necesario para transportar los alimentos. Recursos todos ellos que se derrochan cuando se pierde el resultado de este trabajo.
Ya en casa, es preciso revisar y reordenar la nevera y la despensa para consumir antes los alimentos con riesgo a perderse. También debemos cocinar con cabeza, ajustar las raciones al número de comensales, dejar que se sirvan ellos mismos y, con las sobras, tenemos varias opciones: congelarlas para otro momento, elaborar nuevas recetas o repartirlas entre los invitados.
Si comemos en restaurantes, donde los platos suelen ser más abundantes, también debemos pedir las sobras, sin avergonzarnos por ello, y llevarlas para casa. Se trata de raciones que hemos pagado.
Es fundamental que la comida recupere el valor que le corresponde, toda vez que producirla supone un gran gasto de recursos, con la particularidad de que no está al alcance de todo el mundo. Es preciso respetarla, conservarla y compartirla, pero jamás tirarla.
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